Fundado en 1933, sobre un camino de tierra del departamento La Paz, persiste con sus puertas siempre abiertas. Testigo silencioso de un campo que se fue despoblando, sigue siendo el lugar donde se recrean tradiciones y rituales de la ruralidad provincial. Almacén Ridruejo, en el kilómetro 39, sobre la ruta 6: un viaje a la Entre Ríos de otro tiempo.
“Somos la tercera generación que está al frente del almacén”, nos cuenta Julio Ridruejo, a quien muchos conocen como el “Yaya”, y que, junto a su hermana María Luisa, está al frente del viejo boliche de campo fundado cuando despuntaba el siglo pasado. Entre Ríos era entonces un territorio pastoril, de montes profundos, donde el quebracho y el ñandubay, la palmera caranday, el espinillo y los algarrobos crecían por miles, y la palabra “desmonte” no existía en el diccionario.
“Hay que imaginar esos caminos de tierra, donde la gente se transportaba en carros y sulkys, o a caballo, por supuesto, ya que autos casi no había”, relata el hombre que lleva adelante el legado familiar, sentado en una banqueta y frente al mostrador de un boliche que es un auténtico museo de tradiciones, un espacio de culto para muchos paceños, un lugar donde la música y el encuentro retomaron impulso luego de un paréntesis que provocó la pandemia.



“El 12 de octubre de 1933 mi abuelo abrió el almacén; estamos cerca del cumpleaños número 90”. Desde entonces, el viejo boliche está en el mismo lugar, un poco metido en el campo, pero visible desde el pavimento de la 6. La construcción es de chapas de zinc en el exterior, con techos a cuatro aguas y seis postes de duro ñandubay unidos por caños donde se ataban los caballos. La galería y un par de mesas invitan al sosiego. Dos ventanas enrejadas —por las que se atendía fuera de hora— y una puerta de madera pintada de verde, con vidrios y postigos, permiten acceder al interior de este singular espacio en el medio del campo: un viaje al pasado, sin escalas, que nos transporta en el tiempo.
Describir todo lo que hay en el interior de lo Ridruejo demandaría el capítulo de un libro. Para sintetizar lo que está en las paredes, en las estanterías, en cada rincón… vale la pena destacar algunos elementos que fueron y son parte del viejo boliche, como una máquina registradora a teclas y con manija que tuvo mejores épocas; una balanza de un plato; las latas de Bagley, Canale o Terrabusi; botellas de espirituosas y antiguas bebidas que se combinan con las que hoy se toman; un cajón particular, en el que se conservan billetes que ya no circulan —pesos o australes que alguna vez significaron mucho—; carameleras, carteles de colección de Crush o cigarrillos “43”, el viejo logo de la petrolera YPF… y la lista sigue, como el altar donde faroles, herraduras y muchos elementos para ensillar al caballo nos recuerdan que estamos en un almacén de campo.



“Eran caminos de tierra, mucha gente viviendo. Todos se manejaban en carro, muy pocos autos. Somos los únicos que hemos quedado de muchos almacenes que había en la zona para abastecer a una población muy grande, muchas familias que vivían por acá”, consigna Julio, que recuerda: “Los Ridruejo vinieron de Castilla la Vieja, pero mi abuela era criolla, de apellido Martínez, de acá de la zona”, dice orgulloso.
Aquel viejo almacén de ramos generales fundado por el abuelo de Julio y María Luisa “fue muy importante, pero había muchos boliches en la zona. Los dueños fueron falleciendo y ya nadie los siguió. Además, hubo factores que influyeron, como el despoblamiento rural; por eso hemos quedado nosotros nomás”, nos cuenta con mirada nostálgica el hombre que lleva adelante el legado familiar.
El almacén está sobre la vieja ruta 6, esa cinta asfáltica que cruza el departamento La Paz, se interna en Villaguay y recorre Tala hasta llegar a Gualeguay. “Estamos en el kilómetro 39 desde La Paz”, recuerda el bolichero. “Es una curiosidad para mucha gente que pasa y nos visita”, sostiene. Algunas fotos de ciclistas que recorren estos paisajes del departamento La Paz dan fe: lo de Ridruejo es una posta clave para recargar energías en el largo pedaleo por el camino.
El punto de encuentro en tiempos de siembra y cosecha
El establecimiento sigue siendo también el tradicional lugar para el encuentro de los que trabajan en la zona, como lo fue hace setenta u ochenta años para la familia rural de entonces. “Con la siembra o con la cosecha siempre están los trabajadores que pasan en campaña y vienen por acá a tomarse una copa, a compartir un momento de charla, que es la pausa en el laburo”, señala.
Una sublime picada de buen salame y mejor mortadela, con queso y pan casero, acompaña ese vaso de vino o el porrón de cerveza. “Hay internet, lo que es muy útil”, recuerda. Cosas de la modernidad que se comparten desde la pantalla táctil de un celular que también es cámara fotográfica y permite el registro de esos sifones tan antiguos como algunos almanaques de la década del ’50 que nos observan desde las paredes.
¿Qué se puede tomar? “Lo que más se pide son las bebidas tradicionales: el vino, la cerveza, gaseosas; cuando hace frío, algo más fuerte, como la ginebra o el whiskey”, sostiene. En las estanterías, además de bebidas, se destacan los productos básicos para abastecer de alimentos —fideos, arroz, aceite o tomate al natural— o de limpieza —detergentes, lavandinas, escoba—, que ayudan en cualquier emergencia.


“Trabajamos de corrido desde las 8 de la mañana y hasta las 9 de la noche, abrimos todos los días”, subraya “Yaya”, a quien su hermano Juan, conocido periodista y promotor del deporte de la ciudad de La Paz —principal impulsor del triatlón Iron Paz— bautizó, en un posteo en redes sociales, como el “alcalde del distrito Alcaraz”. “Somos once hermanos; acá en el almacén estamos con mi hermana, pero somos muy unidos todos y nos juntamos siempre que podemos”, dice con una sonrisa.
¿Cuáles son las distracciones para pasar el rato? “Han quedado la cancha de bochas y los juegos de naipes”, apunta, recordando que antes, hace muchos años, “teníamos cancha de fútbol, se hacían cuadreras de caballos y hasta había una pista de baile para las fiestas que organizábamos”. Recuerdos de un campo con muchos pobladores, cuando con unas pocas hectáreas se vivía, donde cada familia tenía su gallinero, huerta y un par de vacas para ordeñar, y con eso alcanzaba.
¿Quedan libretas? “Hay libretas, mucho menos, pero hay”, sorprende Julio con el fiado que persiste. “Antes había muchas, que se pagaban cada varios meses cuando el patrón le pagaba al peón y así podía cumplir con sus cuentas”.
El almacén paceño tiene en la vecindad una escuela, en la que hay pocos alumnos: otro signo del despoblamiento rural. “Antes había muchos estudiantes, pero si no hay familias no hay alumnos”, apunta sobre lo obvio. Con pocos habitantes en la colonia, el boliche sigue siendo el corazón que late y le da vida a la ruralidad en esta zona de Entre Ríos hace 92 años (el cumpleaños es el 12 de octubre). Como tantos otros, es el lugar donde la paisanada y las familias que van quedando se encuentran, en esos momentos marcados por la puesta de sol, cuando el hombre de a caballo llega y ata el zaino, en comunión con el conductor de la camioneta 4×4. Será el momento de compartir la charla, beber una copa, jugar un truco. Un ritual que se repite aquí, en este boliche ubicado en el kilómetro 39 de la ruta 6: la liturgia del campo profundo, un lugar en el que vale la pena detenerse alguna vez.
Guido Emilio Ruberto
Fotos Descubrientrerios y Ariel Rodríguez