Una frondosa arboleda protege del intenso calor las casas ubicadas en la vieja ruta 12, en el corazón mismo de La Picada, el pequeño pueblo cercano a Paraná, donde se encuentra un almacén y bar que es la historia misma de este lugar. Allí, y con un inconfundible cartel de Crush y una cortina espanta mosca muy azul está el bar de “Tuchi”, como lo conocen todos a Ricardo Tuchel, responsable del boliche desde 1961. En el aire, el canto de las chicharras son el coro estridente de una tarde de intenso calor.
“Para decirte cuánto te quiero/salí con destino a La Picada/y en el camino tu linda cara/pintaba el sol…nos dice en su primera estrofa de “Puentecito de La Picada” el poeta Jorge Méndez, a quien los pobladores le rindieron homenaje nombrando la calle que va hacia el viejo puente carretero, dinamitado en un enfrentamiento interno del Ejército argentino allá por el año 1962.
“Hice la escuela en Sauce Montrull (localidad muy cercana a La Picada) y vivíamos con mi familia sobre la ruta 18. Mi padre quería que estudiara la secundaria en la Base Aérea, pero yo prefería trabajar, así que vendió un campo para poder comprar un comercio”, señala en modo presentación de su juventud, y el inicio en la actividad como bolichero junto a la familia. Es el “Tuchi”, con sus 78 años a cuestas.
Ricardo está sentado en una silla y en la única mesa que está en el exterior del boliche. Tiene un hablar pausado, sereno, pero a la vez entusiasmado de contar la historia de este lugar que es una referencia para mucha gente. En el interior, un mostrador y muchas fotos en un collage recuerdan otros tiempos muy lejanos y un puente que ya no está, aunque la canción de Jorge Méndez lo inmortalizó para siempre.
“Van al bar del soviético”, nos dice un amigo que sabe de nuestras intenciones. La familia Tuchel llegó a la Argentina desde Rusia, pero en tiempos de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, un dato que hoy resulta casi una curiosidad, que parece muy lejano en el tiempo, aunque solo han pasado poco más de 30 años de la caída del Muro de Berlín y la consecuente implosión de la URSS y el bloque socialista.
Pero volvamos al bar, para conocer cuándo llegaron los Tuchel a La Picada. “Mi papá anduvo viendo un comercio frente a la estación de trenes de la ciudad de Crespo, pero finalmente le gustó este viejo almacén, ya con un recorrido y con la actividad propia de un boliche de la zona rural” nos recuerda “Tuchi”. “En aquellos tiempos no había mucha gente” pero el boliche servía como un punto de encuentro decisivo para los trabajadores de vialidad provincial, que estaban construyendo la ruta 12, y los habitantes del lugar.
“Era un lugar al que venía gente sobre todo por la noche y a jugar al truco, a pasar un buen momento. Se tomaba y fumaba mucho y la noche se hacía larga. A veces los tenía que llevar a la casa porque no estaban en buen estado” cuenta y se ríe. “Yo tenía una camioneta así que muchas veces los repartia a cada uno en su casa después de cerrar”, en un servicio extra de atención al cliente con problemas de “estabilidad”.
Anécdotas, recuerdos y una mirada nostálgica aparecen en la charla. “En este negocio siempre hay que clientes que andan solos, divorciados de todos, que vienen y uno tiene que escuchar, poner el oído. Sos como de la familia para el que anda medio guacho por la vida” nos cuenta el “Tuchi”, mientras la calle del poeta es recorrida por otros caminantes que quizás ignoren esas bellas letras que pintan este lugar único…
“Crucé por aquel puente sin saber nada/que alegremente alguien allí me aguardaba/y sonrientemente se transformaba/como bella flor/ El agua murmuraba bajo el puentecito/el cielo se bañaba en el arroyito/y toda la floresta se vestía de fiesta/como vos y yo” …nos sigue diciendo el autor de tantas canciones que identifican a Entre Ríos. Ahora son dos ciclistas los que pasan y saludan al bolichero. “Hay un circuito para ellos, de este lado del arroyo y enfrente” apunta.
Con el pasar de los años, La Picada ha experimentado cambios significativos. La construcción de casas por parte del gobierno y la llegada de nuevos residentes han transformado el paisaje social y físico de la zona. Sin embargo, el bar de Ricardo ha mantenido su esencia, convirtiéndose en un lugar más orientado al despacho de bebidas que a la despensa.
A poco más de 25 kilómetros de la capital provincial por la Ruta Nacional 12 hacia el norte, la referencia insoslayable sigue siendo el viejo puente ferroviario que se ve desde la pronunciada curva, por donde pasa una formación los fines de semana que lleva turistas o curiosos de circular en el tren. Desde la ruta o desde el tren se observan las columnas de la antigua obra de arte que queda, dinamitada en 1962 cuando se enfrentaron las dos facciones del Ejército argentino, azules y colorados, con el objetivo de dirimir diferencias y conducir el gobierno de facto de aquella época. Vale aclarar que los bandos del Ejército volaron las cabeceras, inutilizando la estructura de hierro, que luego de muchos años fue trasladada al acceso a Sauce Pinto, sobre el arroyo Sauce.
Posta de los ciclistas con sed
A pesar de los desafíos, como el humo del cigarrillo y las largas horas de trabajo, Ricardo recuerda con cariño aquellos días. “Antes, como te contaba, cerrábamos muy tarde. Ya no”. El bar sigue manteniendo su esencia, pero es más un punto de referencia para los ciclistas y caminantes, quienes a menudo se detienen para aliviar el calor. Los tupidos árboles son parte de un recorrido aeróbico que aprovechan jóvenes y no tanto para estirar los músculos por la zona, y con una parada obligada en lo de “Tuchi”. “Los ciclistas y los caminantes tienen una posta acá. Yo les doy permiso para que se hagan un asadito también”, dice y señala una churrasquera al servicio del que quiera.
“Antes se tomaba vino o bebidas fuertes, como ginebra. Ahora es la cerveza”, dice en tono de reflexión Ricardo, que se pregunta sobre la continuidad de su negocio. “Tengo ganas de que alguien lo siga” confiesa sobre este negocio que es un poco la historia de La Picada, un lugar de encuentro y una parte fundamental de la comunidad.
Con 78 años a cuesta el hombre anda con ganas de pasar la posta a alguien que tenga ganas de estar detrás del mostrador, servir copas y, sobre todas las cosas, escuchar historias, las que van construyendo relaciones en sitio de mucha tranquilidad, con mucho verde que proveen esos enormes árboles que extrañan el tiempo en que eran parte de esa vieja ruta que llevaba hasta el arroyo Las Conchas, donde se ven restos de hormigón que cuentan aquella historia de locos, de una mezquina disputa que terminó con el puente volando por los aires.
“Yo soy del lado de La Bajada/ranchito pobre, poquita plata/pero qué importa si en La Picada/tengo mi amor/Olor a hierbas por las mañanas/yo de chambergo y de alpargatas/viendo el paisaje de La Picada/pensaba en vos” …
Nos despedimos de Ricardo Tuchel, a quien todos conocen por “Tuchi”, y al que algunos le dicen el “Soviético”. Responsable del más antiguo de los bares, con paredes impregnadas de recuerdos, sensaciones y voces del pasado, de aquellos primeros pobladores, de los trabajadores viales que hacían la ruta y, porqué no, de quienes un día pasaron y volaron el puentecito de la canción de Jorge Méndez. Lindo darse una vuelta por lo de Tuchel, compartir una copa y disfrutar del canto estruendoso de las chicharras allá en lo alto de los árboles, esos que te llevan hacia el arroyo donde alguna vez estuvo el puentecito de La Picada.