Un cartel que se ilumina por las noches nos recuerda que hemos llegado a “El Equilibrio. Bar, despensa, fiambres, helados, gas”. Ubicado a mitad de camino y pegadito a la ruta provincial 10, que une la comuna de La Picada con la ciudad termal de María Grande, siempre en el departamento Paraná, el establecimiento comercial fundado en la década de los ‘70 se fue convirtiendo con el paso de los años en una referencia insoslayable para la vecindad rural, pero también en una parada ceremoniosa para muchos turistas que viajan a disfrutar y relajarse en el complejo de aguas siempre cálidas de la localidad entrerriana.
El almacén y bar de José Nicola y Meca Barzola es de esas estampas en el campo que resisten el inapelable paso del tiempo y conservando su condición natural: abastecer de mercaderías a las familias de una amplia zona rural que viven y produce en Colonia Argentina, pero también y quizás mucho más importante, ser el punto de encuentro para esa merecida copa del atardecer junto con la partida de naipes que son parte de una suerte de resistencia cultural de la ruralidad en Entre Ríos.
¿Por qué El Equilibrio?
La respuesta al cronista se hará esperar. Primero hay que recorrer la historia de una pareja de jóvenes que se unieron allá por los años ‘70. América “Meca” Barzola y José Nicola, de ellos se trata, que se casaron y comenzaron a caminar juntos por la vida, con un modesto almacén como emprendimiento para moldear el proyecto común. Y acá están, 45 años después.
“Cuando abrimos, allá por 1976, nos decían que nos íbamos a fundir, había como siete almacenes”, cuenta el “Turco” Nicola, como la mayoría lo conoce y lo llama, mientras acerca un vaso de vino a un parroquiano que ansioso pide los naipes para iniciar la liturgia de cada tarde noche en esos lugares típicos del campo entrerriano, santuarios donde los rituales no son alterados por los celulares que guardan respetuoso silencio. Acá nadie tiene que ir a “maratonear” ninguna serie en Netflix. Es la hora del truco, la distracción después de horas sobre un tractor bajo el sol o en el zaino, recorriendo y controlando la hacienda o los alambrados.
“Hoy no quedan muchos comercios en la zona” sigue contando Nicola, parado detrás del mostrador abarrotado de mercaderías y con las estanterías donde se desataca la ginebra Llave y el licor Legui, tradicionales bebidas que algunos siguen tomando. El tránsito en la 10 es intenso y ruidoso por momentos, contrastando con los recuerdos que llegan para darle forma a la historia de este almacén de campo, que surgió cuando la ruta era un camino de tierra por el que circulaban pocos vehículos, muchos sulkys y carros y hombres de a caballo.
“Todo comenzó en una pieza muy chica de tres por tres, con cosas de almacén” recuerda el “Turco” como lo apodan muchos. “Pero la gente que venía nos decía que pongamos una mesa en la galería para tomar las copas y jugar un truco. Y así empezamos”.
La mesa en la galería para la copa y para los naipes, un culto que en El Equilibrio se repite cada día y todos los días en cada atardecer, cuando el sol se despide y el truco desafía y manda, ese deporte nacional como diría Jorge Luis Borges… “cuarenta naipes han desplazado la vida/Pintados talismanes de cartón/nos hacen olvidar nuestros destinos”…
De aquel original y pequeño despacho de alimentos y bebidas, pasaron a un salón de 3×9 metros “construido con mucho esfuerzo ladrillo sobre ladrillo, pero nos quedó chico. Lo ampliamos y también quedó chico. Había mucha gente en el campo” evoca el hombre detrás del mostrador, que viajaba a Paraná en “El Tigre”, la empresa de transporte que unió durante décadas la capital provincial con la mayoría de las localidades del departamento, recorriendo polvorientos e interminables caminos de tierra para llevar y traer a hombres y mujeres de Viale, Tabossi, Sosa o María Grande. “Nunca nos cobraron por traer la mercadería, sólo el pasaje pagaba” dice agradecido José Nicola.
Los años fueron pasando y El Equilibrio resistiendo cada sacudón, cada crisis que fue expulsando familias del campo. “Teníamos cancha de fútbol y de bochas en algún tiempo” recuerda. El negocio pese a todo se fue consolidando. Con los años pudieron construir un salón importante con todas las comodidades donde se hicieron muchas fiestas para trecientas personas y con grupos musicales. “La pandemia paralizó todo” en aquel momento.
“Vendíamos las cosas típicas de almacén: arroz, azúcar, yerba” cuenta. La ruta 10 era un camino de tierra y broza al que le quedaba grande el nombre de ruta, aunque en los mapas siempre fue así. Tuvieron que esperar muchos años las familias campesinas y los sectores dedicados a la producción agropecuaria para que el pavimento llegara y comenzara a solucionar un problema típico de las zonas rurales: la comunicación.
La charla con Meca y José sigue mientras afuera, en la galería, se escucha ¡Truco! ¡Truco! “El truco se arma todas las noches, de lunes a lunes, y en este cálido atardecer de verano se apuesta una sidra. En la mesa un peón rural forma pareja con un jubilado de Vialidad habitué del bar desde siempre. En frente una mujer y su novio, que vienen de María Grande a distraerse.
El almacén funciona desde muy temprano. “Abrimos a las 7 u 8 de la mañana y por la noche cierra cuando el último se va” nos dice Meca, compañera y socia inseparable de José. “Hemos pasado de todo, cosas lindas y no tanto, a veces alguno se pasa de copas y hay que calmarlo” nos cuenta entre risas. “Cuando nos jubilamos pensamos en cerrar el almacén pero después dijimos qué vamos a hacer, los vamos a extrañar, esto es lo que nos gusta y queremos”. Y aquí están, en el otoño de la vida, juntos y en su lugar en el mundo.
“Sigue habiendo libreta” responden ante la consulta. “Tenemos muchos clientes con libretas, gente muy buena que el 5 o 6 del mes vienen y pagan” dice José. “Por ahí alguno se olvida y deja de venir” apunta Meca mientras se ríe.
“Tenemos picadas, salame y pan casero, quesos, cerveza bien fría. Muchos turistas paran y compran salame, muchos cordobeses que vienen a las termas tienen la referencia de nuestro almacén, el boca a boca que le dicen”. Aceptamos la invitación a probar el salame, que es muy bueno al igual que el pan casero. Todo demasiado rico y tentador para una débil voluntad que se rinde y termina con nuestra dieta. El lunes volvemos a empezar.
Colonia Argentina integra la jurisdicción de la junta de gobierno de Paso de las Piedras, una zona del departamento Paraná de mucha producción agrícola, ganadera, con apicultura y criaderos de pollos. Como otros almacenes de campo, el bar de José Nicola y “Meca” Barzola es el lugar de reunión que les va quedando a los trabajadores rurales al final de una intensa jornada laboral.
Presente y futuro
“Tenemos hijos y nietos, pero no los vemos para continuar con el negocio abierto” responde Meca con un poco de tristeza. Estos viejos almacenes de campo, surgidos en tiempos en que la población rural de Entre Ríos era muy importante, han sido testigos silenciosos de la progresiva y por momentos acelerada migración hacia los centros urbanos.
¿Por qué El Equilibrio? Le recuerdo. “El día que se inauguró hubo 4 o cinco que se perdieron” asegura José Nicola sobre aquella primera noche de inauguración del bar sobre la entonces polvorienta ruta 10.
“Uno tenía que ir para María Grande pero llegó a Paraná; otro que andaba a caballo, se cayó en un zanjón y se quebró una pierna; otro tumbó con el sulky en la cuneta y uno más, que andaba en Rastrojero, también se fue a la zanja”, revive de aquella apertura comercial inolvidable allá lejos y hace tiempo. “Al otro día viene un hombre y me dice: ‘Che Turco, le vas a tener que poner El Equilibrio de nombre al bar, que es lo que les está faltando a estos locos’ y ahí quedó bautizado para siempre”.
Curioso nombre el de la Despensa y Bar El Equilibrio. ¡Envido y truco! se escucha desde la galería, donde la partida continúa interminable. Con sus mostradores de madera cargados de recuerdos, vivencias, anécdotas pasadas y presentes, de algunos que estuvieron aquel primer día y siguen volviendo, de la nostalgia por los que ya no están y que compartían en cada atardecer cuando el trabajo se hacía pausa. Son aquellos que hicieron y hacen de este almacén de campo sobre la ruta provincial 10 un segundo hogar, y un templo de la ruralidad entrerriana que vale la pena conocer.