Con sus puertas abiertas desde los albores del siglo pasado, el viejo boliche de ramos generales del Distrito Atencio sigue siendo una referencia geográfica insoslayable para una amplia zona de ese norte entrerriano tan particular. Fundado por Deogracias David en 1906, sigue atendido por la cuarta generación familiar. Templo único y persistente de la cultura rural, está sobre a la vera del ripio de la ruta 28, a unos 25 kilómetros de San José de Feliciano y a igual distancia del cruce con el antiguo pavimento de la nacional 127.
El almacén es parte del corazón de una selva de Montiel un tanto raleada por el avance de la agricultura, que a esta altura del año nos muestra unos lindos trigales y algunos incipientes maíces, paños de intensos verdes que hacen del paisaje un ondulado lienzo que llega hasta el infinito del Distrito Atencio, el lugar donde se instaló cuando despuntaba el siglo XX un brasilero que llegó a estos pagos dejando atrás su tierra, buscando un mejor horizonte para su vida.
“Se llamaba Deogracias David, trabajó en un almacén en la zona de Nueva Viscaya – en el departamento Federal- hasta que cerró” nos cuenta Luciana, la bisnieta del hombre que comenzó con esta historia. La joven está desde hace un año y medio junto a su papá regenteando el boliche, manteniendo el legado familiar de un negocio que sigue funcionando “aunque los cambios en la zona son enormes, hay mucha menos población”, nos dice.
El relato vuelve al principio. “Cuando cierra aquel almacén, mi bisabuelo lo compra, lo desmantela y trae la estructura hasta este lugar, donde lo ensambla de nuevo” cuenta Luciana, detrás de una de las tres ventanas con las inconfundibles rejas de las pulperías que se conservan, ventanas que tienen hacia la galería tablones desde donde son atendidos los parroquianos que se acercan cada día a comprar y tomar una copa, en ese ritual que no se pierde en el campo profundo, de estos feligreses que concurren a “lo de David”, el santuario sobre la ruta 28.
El “esqueleto” del antiguo bolicho felicianero es singular y remite a construcciones típicas de aquellos años. Techos de chapa y paredes de madera pintada, en una suerte de paneles móviles que hicieron posible que fuera desarmado y vuelto a levantar hace 115 años como si fuera un mecano, y permanecer casi inmaculado, aguantando estoico el paso del tiempo, con la misma firmeza del ñandubay, esa maravillosa especie forestal tan típica de esta región de Entre Ríos.
Lo de David no es sólo un almacén
El edificio está en excelentes condiciones. “Lo que no se pudo mantener con el tiempo fue el piso, que era de madera y se fue corrompiendo hasta que hubo que sacarlo. Ahora es uno de cemento el que tenemos”, describe la joven Luciana, que no solo administra el boliche sin que se preocupa por preservarlo.
El lugar, digno de visitar, tiene las estanterías que llegan hasta el techo, los mostradores de madera, viejas balanzas de pesas, teléfonos a manivela, una increíble e impecable vitrola que haría las delicias de un coleccionista, radios a transistores, una antiquísima máquina de escribir, escopetas y fusiles, calentador a querosene, ventiladores, una caja fuerte, una prensa, y el escritorio, elementos que van conformando un auténtico museo de tradiciones camperas.
“El almacén era el más grande de la zona, donde había mucha gente que trabajaba en las estancias, que necesitaban hacer sus compras. Por eso se vendían telas para hacer la ropa, medicamentos, botones, guantes de dama, repuestos para todo lo que nos imaginemos” subraya. El viejo boliche era el lugar donde el lugareño compraba sus alimentos, pero también la ropa para vestirse, el repuestos para el carro o sulky o carreta.
“Tenemos los libros donde se registraban las ventas, y por ahí está anotado que se vendió un auto” dice con una sonrisa. Otros tiempos, muchos pobladores y la necesidad de un boliche que tuviera todo lo que se requería. Ahora solo queda la estructura del almacén, “pero antes estaba la carnicería y también un anexo con la herrería, donde se trabajaba y mucho con los vehículos de aquel tiempo. Después se desarmó la carnicería y en la herrería hubo un incendio y ya no se volvió a poner en funcionamiento”.
El despoblamiento que se produjo en el campo, la migración a las ciudades o a otras provincias, fueron condenando a estos boliches rurales. “El cambio es abrumador” señala Luciana, agregando que “hoy los que queda es la venta de pañales, combustible y parches para las motos, todos andan en moto, en auto, a lo sumo en bicicleta” se ríe.
El viejo y el actual almacén
“Luego de mi bisabuelo, continuaron con el almacén mi abuelo, Diego Valentín David. Más adelante fue el turno de un tío, Raúl David. Estuvo cerrado algunos años hasta que lo reabrió mi abuela, Olga de David. Después ya lo siguió mi papá, Gustavo, y desde hace un año y medio, me sumé yo” dice con orgullo quien eligió volver a sus pagos y ponerse detrás del mostrador y llevar adelante un larga tradición familiar.
“Mi padre estaba solo y por ahí le costaba atender, así que dispusimos que se cumpla con los horarios. Él se ocupa del campo”. La gente llega y mientras hace su pedido también se toma una copa. “Abrimos a las 8 de la mañana y hasta las 13. Después de la siesta volvemos a las 16 hasta las 21. Ahora viene la mejor época, en el verano estamos hasta más tarde” apunta.
¡Dónde está el wifi!
La copa siempre está presente, los naipes no tanto. “Igual tenemos un mazo por si alguien pide” responde Luciana. “Los tiempos son otros, antes la gente terminaba el trabajo y se venía al boliche y se quedaba mucho tiempo. Ahora no, hacen las compras, toman algo, charlan y después se van, no se quedan tanto”. Es lo que hay.
Algunos jóvenes toman una copa, sentados en troncos cortados que ofician de sillas, y charlan en el atardecer, atendidos por Luciana David. Es el rito cotidiano en estos lugares. “Más allá de lo económico, las cosas han cambiado y mucho, no hay tanta gente. Pero me emociona poder seguir una tradición que lleva 115 años, que viene desde mi bisabuelo, tratar de conservar el lugar” apunta la joven. “Hoy la gente sabe que llega y el boliche está abierto. Me felicitan por esta posibilidad”. Es la oportunidad del encuentro lo que han logrado recrear y fortalecer en “lo de David”.
¿No piden internet? “Jajaja ¡Sí, claro!” Es la rápida y risueña respuesta. “Hay que acercarse al poste que sostiene la galería, ahí está la mejor señal” indica Luciana. Hoy, el boliche fundado por don Deogracias David en el lejano 1906 es mucho más que un legado de esta familia. Es un punto de referencia en la geografía del Distrito Atencio, en el departamento entrerriano de Feliciano. “Lléguese hasta lo de David y de ahí a la derecha”, dicen los lugareños.
Pero además, “lo de David” es un mojón en el mapa de Entre Ríos, un refugio parecido a la casa de cada uno de los que viven por la zona, donde cada día una copa honra el trabajo y la amistad, el encuentro y la vida que se pasa cada vez un poco más rápido. Es “lo de David”, un viejo boliche que es mucho más que eso, que vale la pena conocer y mucho más, volver.