Con sus puertas abiertas desde 1921 el establecimiento ha resistido el inexorable paso de los años. Ubicado en el Distrito Quebracho del departamento Paraná, el antiguo almacén de ramos generales es una estampa de la ruralidad que ha logrado adaptarse y perdurar sin perder su esencia, en esas esquinas de nuestro campo donde el tiempo parece detenido y en calma, como una de esas largas e intensas siestas del verano en Entre Ríos.
Un cartel rojo de Coca Cola en uno de los laterales de la puerta identifica de lejos a la casona y almacén de los Avataneo, una construcción de ladrillos vistos rodeada de forestación, ubicada a poco más de cinco kilómetros de la intersección de la 35 con la Ruta Nacional 18, como quien va para la localidad de Seguí, desde la capital provincial.
“Este almacén lo fundó allá por febrero o marzo del ‘21 mi abuelo Antonio, según me han dicho algunos más viejos que yo”, nos cuenta entre risas Hugo Avataneo, con sus 73 años y detrás del mostrador de granito negro con puntos blancos, que se apoya sobre una firme estructura de material que ha resistido estoicamente el paso de los años y es el sector para el despacho de bebidas. Pegado nomás está otro mostrador de madera donde reposan una alacena junto a una balanza. “Avatáneo no, Avataneo”, sin tildes, aclara.
El antiguo despacho de alimentos y bebidas es un testigo tozudo de otro tiempo, donde la población de la provincia vivía mayoritariamente en entornos rurales, en pueblos y pequeñas comunidades dedicadas a una actividad agropecuaria intensa y que ocupaba mucha mano de obra. La Argentina granero del mundo.
Don Antonio Avataneo abrió su negocio cuando el radical Hipólito Yrigoyen transitaba su primera presidencia (1916-22), elegido por una fusión de votantes de las incipientes clases medias y sectores populares que habían podido sufragar por primera vez en forma secreta y obligatoria a partir de la Ley Sáenz Peña. Por estas comarcas, dos hombres radicales, ambos nacidos en Gualeguay, el gobernador Celestino Marcó junto a su vice Emilio Mihura, administraban una Entre Ríos profundamente pastoril.
“En alguna fecha que no puedo precisar, el almacén pasó a manos de Víctor Vernak, luego vinieron los turcos Pérez, que eran de Paraná. En 1949 mi padre Miguel Florencio se hace cargo y lo atiende hasta su fallecimiento, en 1969. Ahora nos toca a nosotros” subraya Hugo, mientras sirve un aperitivo “Cazalis” sodeado para el parroquiano Roberto Schmidt, que recién ha ingresado al establecimiento centenario. Unos minutos después llegará Carlos Schmidt, primo del primero. Se le servirá el vaso de vino de siempre que repetirá una ceremonia de cada atardecer en esta comunidad rural.
Para Hugo Avataneo, que desde los dos años comenzó a acompañar a su padre, mientras jugaba los juegos típicos de un niño de campo, el encuentro y la copa cuando se pone el sol es también una celebración de la memoria de los que ya no están y de los que siguen. No es necesario que lo diga, pero el viejo almacén lo vio crecer, formar familia con María Elena Rapetti – tienen una hija y un hijo- y quedarse para siempre, es su lugar en el mundo.
“Recuerdo los años de mi juventud. Mucha gente viviendo en las aldeas, en la zona. Mucha avicultura. Acopiábamos huevos y vendíamos alimento balanceado. Teníamos un camión con el cual retirábamos el cereal y lo canjeábamos por alimento” dice, y se queja un poco por la falta de habitantes. Igual, reconoce que por obra y gracia de la pandemia, venden mucho más a las familias de la zona, que desconfían de ir hasta Paraná, Seguí o Viale, temerosas de contagiarse.
El almacén fue y es punto de encuentro de los pobladores que quedan de una amplia zona del Quebracho, El Ramblón, Aldea Jaroslawsky, San Antonio, Eigenfeld o para los viajeros que van y vienen desde Seguí hacia y desde Paraná, por aquel camino que entonces y hasta no hace tanto, era de tierra y luego broza, hasta que comenzó a ser pavimentado en 2011, luego de… cincuenta años de reclamos.
Ramos Generales
Los pisos, de baldosas calcáreas, una vieja y noble balanza Dayton en perfecto funcionamiento, otra báscula de dos platos de bronce sobre un mármol y con sus correspondientes pesas, aluden a una memoria que permanece desde los orígenes del centenario almacén, que sigue asistiendo a los actuales pobladores, con estanterías bien surtidas de paquetes de arroz o fideos, yerba y azúcar, aceite y harina, alpargatas (de suela de goma) y velas, caña “Palanca”, ginebra “Llave”, “Legui”, anís “8 Hermanos” y vino “Toro”, que se ensamblan con elementos de la “modernidad”, como los rollos de papel para cocina o una sal baja en sodio.
“Antes, me acuerdo bien cuando era gurí, todos los productos venían en bolsas de 50 kilos y se vendía suelto. Fideos, azúcar, arroz, harina de maíz. La grasa en barricas de robles, el aceite en tambores de 50 litros, el vino también en barrica. Me acuerdo bien. Todo eso fue cambiando” sostiene el actual propietario, evocando que “cuando atendía mi padre no cerraba nunca el almacén, de lunes a lunes. Ahora los domingos no abro, son para la familia”, dice con un dejo de nostalgia por esa estación del tiempo que se quedó muy atrás, cargada de recuerdos y anécdotas que persisten en antiguas fotos en un álbum o en viejos almanaques.
“Yo quisiera que siguiera abierto. Mi hijo no va a venir, y mi nieto menos. Veremos si se termina acá, no sé”, dice en un murmullo.
Tiempos modernos y agitados, con hijos que han recorrido otros caminos en su crecimiento y desarrollo personal, y que ponen un signo de interrogación en el futuro del almacén del centenario. El hombre detrás del mostrador lo sabe, por eso comparte este momento único e irrepetible con sus vecinos, la copa de vino o vermú que se repite, la reiterada charla de fútbol, clima o el precio del ganado, una fotografía un tanto amarilla de esa Entre Ríos profundamente rural, la de nuestros abuelos y bisabuelos gringos, los que nos trasmitieron la cultura del esfuerzo y el trabajo como único modelo para progresar.
El viejo local de Avataneo ha resistido tantos avatares como tiene nuestra historia reciente, con cada cimbronazo de la economía, o el despoblamiento del campo. Y está de pie, ofreciendo un indispensable y básico servicio a la familia rural, más allá que las comunicaciones o el pavimento faciliten el acceso a la amplia oferta de las ciudades cercanas. Allí está, en el Distrito Quebracho y sobre la ruta 35, resistiendo uno de los últimos almacenes de campo de Entre Ríos. Una parada obligada y una copa en ese antiguo y gastado mostrador de granito, cuando se va el sol. Vale la pena.